La increíble historia de Mansour Bahrami: De la ilegalidad al estrellato
La referencia la arrojó sobre la mesa José Luis Clerc. «Así como lo ven, Mansour es el tercer personaje en importancia en nuestro circuito. Detrás de McEnroe y Connors, está él. La gente se muere por ver su show.» Es cierto. Personaje sin igual, Mansour Bahrami, de 44 años, es un malabarista de la raqueta. Con una habilidad que le permite realizar graciosos e inverosímiles golpes. Por ahí pasa el porqué de su presencia en la Starmedia Senior Cup. Pero bastan un par de minutos de charla con él para conocer un relato impresionante. Hoy vive en este mundo de hoteles de cinco estrellas, pero la historia dice que…
Mansour nació en Ara, un pueblo del sur de Irán. Cuando era chico, su padre se trasladó a Teherán en busca de un cambio. La fortuna lo instaló como canchero de un complejo en la capital iraní. «Ganaba unas monedas como ball-boy, pero no teníamos permitido jugar al tenis ni agarrar una raqueta por ser pobres. En los mediodías, con otros chicos empezamos a jugar al tenis con un escobillón o con un palo de madera. ¡Le pegaba con eso! Entonces, el día que tuve una raqueta todo fue más fácil», relata.
Así comienza el repaso de recuerdos de esta atracción del certamen esteño. El chico creció y fue uno de los mejores juveniles de Irán. Eran los tiempos del sha Reza Pallevi. Pero el golpe del Ayatollah Khomeini cambió la historia. «El tenis era lo único en mi vida. Cuando asumió Khomeini, en 1979, se prohibió la práctica porque era un deporte popular en los Estados Unidos. Además, era la época en que tuvieron como rehenes a 52 empleados de la embajada americana. Yo quería a mi país, pero me tenía que ir. Un amigo conocía al canciller Sadegh Ghotbzadeh. Le dijo que yo era bueno. Y a los dos días recibí un pasaporte nuevo. Quería ir a los Estados Unidos, pero no me aceptaban por ser iraní. Conseguí un pasaje a Niza, 200 dólares y me escapé.»
Cuenta que llegó a la Costa Azul el 8 de agosto de 1980, con 24 años, y que con ese dinero podía vivir un par de días. La casualidad lo puso frente a un compatriota, Farokh Moazed. «Me presentó en un club. Estuve a prueba en cinco torneos. Gané tres y llegué a la final en los otros. Pero no fue suficiente. Mi visa expiraba, la policía no quería extenderla y me fui a París. Me presenté como profesor en otro club, pero ganaba 20 dólares por clase. Como no sabía el idioma, eran pocos los que querían aprender conmigo. Sólo una o dos personas. No me alcanzaba el dinero. Comía dos veces por semana. Por las noches, caminaba. Nunca quise dormir en los bancos de las plazas. Era muy duro. Las noches duraban como diez años…»
El permiso de estada al fin venció y Mansour no se fue de Francia. «Vivía de ilegal. Cuando veía a un policía, salía corriendo.» Apostó la última ficha en la ruleta de Roland Garros. Una empleada de la Federación Francesa que lo conocía le consiguió un lugar en la preclasificación. La ganó y los medios se fijaron en él.
«Me hicieron una nota por la radio. Conté mi historia. La repitieron varias veces. El periodista decía: ¿Cómo en el país de los derechos humanos le vamos a negar la posibilidad a un deportista? En agosto de 1981, el mismo policía que me había dicho que debía irme de Francia me entregó la cédula de identidad.»
Siguió en Francia. Jugando dobles, haciendo un increíble truco con las botellas que aprendió por las calles -le da un golpe seco al pico y rompe el canto- e imitando a Frank Sinatra en las fiestas de los torneos. Y ese año lo coronó de la mejor manera. «El 31 de diciembre de 1981, a las 11.57, la vi a Fredérique, hoy mi mujer, arriba de un auto. Champs Elysées estaba abarrotado. Le toqué el vidrio y le dije: ¿Es verdad que en Francia el año nuevo se celebra con besos y abrazos? Sí, me dijo. Pues yo quiero darte un beso. Nos casamos dos años más tarde y tenemos dos hijos, Sam, de 15, y Antoine, de 10.»
Vaya si cambió la vida de Mansour Bahrami. Hoy es el mago del circuito senior. En realidad, uno de los dueños de este show de las leyendas.
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